I have been fascinated with harvesting food from the wild since I was a young boy. I can still remember the excitement and anticipation I experienced as I watched Grandpa strain to haul in his heavy crab pot each morning, watching intently as the purple-brown backs of Dungeness crab became more defined and in focus with each pull toward the surface. We fished for pink fin perch and flounder in the bay and chased blueback and crawdads upriver. When the tides were low, we walked the ocean beaches in search of razor clams, raked the bay for cockles, dug deep for gapers and mucked around the lower estuary for soft shells. Practically every day of the summer was spent gathering something to prepare for dinner– and Grandma’s chowder, clam strips and crab melts rarely disappointed.
My sustained enthusiasm and borderline infatuation with gathering and preparing food from the wild continued, inspiring my mom to sign me up for a coastal foray with the legendary Chef Lee Gray- the wild gourmet- from Depoe Bay. I was by far the youngest to attend the workshop and stayed close by his side as our small group scoured the shoreline and tidepools for mussels, urchins, gooseneck barnacles and various types of seaweed. Chef Lee Gray talked about surviving in a sea cave for a full year, subsisting solely on what he could catch and collect. I was completely enthralled and full of adolescent questions.
“Did you ever eat a seagull?” I asked Chef Gray. “Yes, once”, he replied. “Did it taste good?”
I pressed on. “No,” he said like a man still trying to forget.
With each bit of information I learned, I could sense my experience of the place being enhanced. What once appeared to be drab, barnacle-encrusted rocks were now like cathedrals of life, teeming with plants and animals– many of which were edible. The expression ‘you are what you eat’ suddenly hit me with a newly found sense of awe and amazement— when I consumed these plants and animals, I was actually transforming them into my very own body!
I now try my best to give thanks and recognition to all and everything that went into the food on my plate- the plants, animals, farmers, fishermen, foragers and producers. Even when it comes to the cup of coffee sitting on my desk in front of me, I seek to broaden my sense of gratitude for it; the local roaster, the barista, the farmer who grew the beans, the coffee plant itself (with white flowers that smell of jasmine) and the bees that pollinated those coffee flowers. I try to remember the sunshine, the rain and the soil that fed the plant and is now feeding me.
The more I learn about the natural world, the closer it feels- like a blurred picture gaining definition and coming into focus. The once unknown denizens of the coast now have names and personalities. The green wall of forest has slowly come into focus as spruce, pine, cedar, hemlock and fir. Even the lawn in my backyard is no longer just grass and weeds- it is alive with curly dock, plantain, dandelion and sorrel. What were once just little brown birds are now wrens, finches and thrushes. What were once little brown mushrooms are now chanterelles, candy caps and bolete buttons. Even the ditch along the road has been transformed into a treasure trove of nettles, Saint John’s Wort and other powerful medicinal plants. The shell midden that once lay hidden under my feet, now stands as a proud monument to the first nations that inhabited this land, reminding me of the incredible abundance these coastal waters have been providing for thousands of years.
The Central Coast Food Trail, set to launch this summer, aims to directly connect visitors and locals with a true taste of the coast, while at the same time better connecting our restaurant community and local foodshed. We will celebrate the farmers, ranchers, fishermen and foragers that work so hard to raise, harvest and catch our local ingredients and the chefs, brewers, and artisan producers that are eager to prepare them in creative and wonderful ways. We strive to create better access to locally sourced ingredients- from the sustainably harvested fish, pink shrimp and crab that come from the sea, to the meats, vegetables and fruit that are raised on farms along the river that runs to it. I believe this Food Trail has potential to bring our local foodshed closer together, bring visitors and locals closer to the food they eat, as we bring the people behind our food into greater focus.
The Central Coast Food Trail celebrates and promotes our local food and the bounty of this coastal paradise, which we recognize as the traditional homeland of the Siletz, Grand Ronde and Confederated Tribes of the Lower Coos, Umpqua and Siletz Indian Tribes.
by Jesse Dolin, Central Coast Destination Coordinator
Abundancia costera
Por Jesse Dolin, Coordinador de Destinos de la Costa Central, OCVA
Desde que era un niño pequeño, me ha fascinado cosechar alimentos de la naturaleza. Aún recuerdo la emoción y anticipación que sentía al ver a mi abuelo esforzarse para recoger su pesada trampa para cangrejos cada mañana, mirando con atención mientras las corazas de los cangrejos Dungeness, entre pardo y violeta, se veían más definidas y en foco con cada jalón hacia la superficie. Pescábamos perca de aleta rosa y platija en la bahía y perseguíamos salmones y cangrejos de río a contracorriente. Cuando la marea estaba baja caminábamos en las playas del océano en busca de navajas, barríamos la bahía buscando berberechos, escarbábamos profundo para sacar almejas y curioseábamos en el bajo estuario tras el rastro de conchas suaves. Pasábamos prácticamente todos los días del verano recogiendo algo para preparar la cena, y el chowder de la abuela, las tiras de navaja y el cangrejo gratinado raramente nos decepcionaban.
Mi entusiasmo sostenido y continuo, y mi fascinación extrema por recoger y preparar los alimentos de la naturaleza, inspiró a mi mamá a inscribirme en una incursión costera con el legendario chef Lee Gray, el gourmet silvestre, saliendo de Depoe Bay. Por mucho, yo era el más joven en haber asistido al taller y me quedaba cerca de él mientras nuestro pequeño grupo recorría la orilla y las pozas en busca de mejillones, erizos, percebes y varios tipos de algas. El chef Lee Gray hablaba sobre cómo sobrevivir en una cueva marina por todo un año, subsistiendo únicamente con lo que uno pudiera pescar y recolectar. Yo estaba totalmente cautivado y con muchísimas preguntas de adolescente.
—¿Alguna vez te comiste una gaviota? —le pregunté al chef Gray.
—Si, una vez —contestó.
—¿Sabía bien? —insistí.
—No —dijo, como cuando alguien trata de olvidar.
Con cada pedazo de información que aprendía, podía sentir cómo se reforzaba mi experiencia del lugar. Esas rocas con costras de percebes, que alguna vez me parecieron sosas, eran ahora como catedrales de vida, repletas de plantas y animales, muchos de los cuales eran comestibles. La expresión ‘eres lo que comes’ de pronto tomó sentido en mi interior con una nueva sensación sobrecogedora y de asombro. ¡Cuando yo consumía estas plantas y animales estaba de hecho transformándolas en mi propio cuerpo!
Hoy en día trato de agradecer y reconocer lo más que puedo por todo lo que ha caído en mi plato como alimento: las plantas, animales, agricultores, pescadores, recolectores y productores. Incluso cuando se trata de una taza de café sobre el escritorio frente a mí, busco expandir mi sentido de gratitud por tenerla: la tostadora local, el barista, el agricultor que cultivó los granos, la planta de café misma (con hojas blancas que huelen a jazmín) y las abejas que polinizaron esas flores del cafeto. Trato de recordar la luz del sol, la lluvia y la tierra que alimentó a la planta que ahora me alimenta.
Mientras más aprendo sobre el mundo natural, más cerca lo siento —como una imagen borrosa que adquiere definición y se enfoca. Los moradores de la costa, antes desconocidos, ahora tienen nombres y personalidades. El muro verde del bosque lentamente se enfoca y permite distinguir piceas, pinos, cedros, cicutas y abetos. Hasta el césped en mi jardín ha dejado de ser solamente hierba y maleza. Está lleno de vida con acedera, llantén, diente de león y hierba salada. Lo que una vez fueron sólo pequeños pájaros marrones, ahora son saltaparedes, pinzones y tordos. Lo que una vez fueron pequeños hongos cafés ahora son chantarelas, lactarios y boletus. Incluso la zanja a lo largo del camino se ha transformado en un tesoro de ortigas, hierba de San Juan y otras poderosas plantas medicinales. El yacimiento de conchas que alguna vez se ocultaba bajo mis pies ahora se levanta como un orgulloso monumento a las naciones originarias que habitaron esta tierra, recordándome la increíble abundancia que estas aguas costeras han brindado por miles de años.
El Sendero de Alimentos de la Costa Central, que se planea lanzar este verano, tiene por objetivo conectar directamente a visitantes y locales con un verdadero sabor de la costa, mientras que, a la vez, conecte mejor a nuestra comunidad restaurantera con las fuentes de alimentos. Celebraremos a personas que laboran en agricultura, ranchos, pesca y recolección —quienes trabajan muy duro para cultivar, cosechar y pescar nuestros ingredientes locales— y a chefs, fabricantes de cerveza y productoras artesanales, ávidas de preparar estos productos de formas creativas y maravillosas. Nos esforzaremos por crear un mejor acceso para conseguir ingredientes locales, desde pesca sustentable, camarones rosas y cangrejo que vengan del mar, hasta carnes, verduras y fruta cultivados en granjas a lo largo de los ríos que corren hacia el océano. Al enfocarnos mucho más en la gente que produce lo que comemos, creo que este Sendero de Alimentos tendrá el potencial de acercar nuestras fuentes de alimentos a visitantes y locales.
El Sendero de Alimentos de la Costa Central celebra y promueve nuestros alimentos locales y la prodigalidad de este paraíso costero, que reconocemos como patria tradicional de los Siletz, Grand Ronde y las Tribus Confederadas del Bajo Coos, Umpqua y Tribus Indígenas Siletz.